Amor y Eros
ENTREVISTA A FLORENCIA ABADI
En este nuevo episodio del ciclo de Conversaciones, Soledad Davies entrevista a Florencia Abadi, doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, autora entre otros títulos de El sacrificio de Narciso. Juntas conversaron sobre Eros, las lógicas del amor y del deseo, y la relación antagónica que tiene esta figura con la de Narciso, a quien Abadi plantea como alguien que está “más allá de las dos lógicas, porque ni su sacrificio es realmente por amor, no embiste a un otro sino a su propia imagen –a una imagen ideal–, ni es tampoco propiamente por deseo”.
En el siguiente texto escrito por Florencia Abadi, que sirve a modo de introducción a la entrevista, ella trastoca el punto de partida desde el cual suele pensarse a Eros subrayando la razón de su origen en el mito y plantea entonces el deseo como un motor para superar la humillación a nuestro narcisismo que supone desear y para enfrentarse al encuentro como dialéctica dinámica.
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Una larga tradición ha concebido a Eros como una fuerza de unión, un impulso que anhela reunirnos con aquello de lo que en cierto momento nos hemos separado. En El Banquete de Platón esta reflexión aparece en el célebre discurso de Aristófanes, según el cual hubo en el origen un ser andrógino con cuatro brazos y cuatro piernas, que fue dividido por Zeus, quedando cada mitad en una desesperada búsqueda de la otra (al encontrarse finalmente se abrazaban, pero tanta era la avidez de ese abrazo que morían de inanición, por lo cual Zeus inventa las relaciones sexuales). Si bien el mito presenta al deseo como deseo de unión, más notable es que Eros nace de la separación. Del mismo modo que en el Génesis, la Caída o ruptura es su condición de posibilidad, no habiendo en el paraíso deseo alguno sino apenas una paradójica proto-curiosidad (una suerte de erotismo pre-erótico) que, endilgada a la mujer, funciona como motor en lo inmóvil. Eros es la herida, y solo a partir de allí podrá tener un lugar en el camino de la cura.
El deseo, entonces, surge a partir de una separación dolorosa cuya cifra es el nacimiento, que viene siempre después del origen. El origen es el útero paradisíaco, y el deseo brota de aquel acontecimiento que nos pone en contacto por primera vez con el frío (y su tensión característica), con el aire que crea la distancia con el entorno. Aun si nada impide suponer que durante la gestación existen experiencias desagradables de diverso tipo –y siempre hay que sospechar de aquellos a quienes alcanza la calidez para fantasear la perfección–, el nacimiento representa un tipo particular de sufrimiento, precisamente aquel en que la hostilidad se sitúa en un afuera. No debe sorprender entonces que Klein, Rank y tantos otros hayan ligado ese momento a la aparición de la ansiedad, la angustia, la sensación de aislamiento. En definitiva, al origen de la paranoia, que necesita un afuera en que proyectar esa ansiedad. Toda esa angustia pertenece al deseo, que es deseo de unión pero vive (y crece) en la separación y el miedo.
La búsqueda de re-unión, de la redención posterior a la Caída, de la reparación que sigue a la ruptura de las vasijas, no existe sin esa Caída, sin esa ruptura. Nacer es separarse, y el rechazo de la separación, de la violencia que debemos asimilar para que acontezca, es la pretensión de evitar toda dialéctica, toda mediación, de permanecer en los paraísos mortíferos de la quietud. La reunión exige integrar el conflicto, la división del sujeto que produce Eros, su flecha que desquicia, desata, desune.
➤ Entrevista realizada por Soledad Davies | Enero 2022